Sobre el puente de almidón todos juegan, todos juegan!

El andaba feliz con todos los dulces que había conseguido. Tantas veces planeó todo. Llevaba años armando estrategias para distraer a la cajera. Tenía escrito muchos diálogos. Si le descubrían, contaba con 37 formas de excusarse. Su cuaderno anotador, aparte de los Speech, tenía impreso en él dibujos de estantes, diferentes estilos de caramelos y logos de varias cadenas de supermercados. Estaba obsesionado con la idea de adueñarse de todas las golosinas: un deseo reprimido que acariciaba desde una tarde de sus inquietos tres años, en la que encontró un paquete abierto en la fila para pagar. Sin dudar, volcó todo el contenido en su boca, y al instante sintió en su nalga izquierda la gran paliza del día: “¡Así no! ¡ Estás robando! Sólo los malos hacen eso.” Esa expresión tan maternal quedó flotando el resto del día en su cabeza. El sabía que era un niño bueno, todos le decían: sus 2 papás, sus nanas, sus primas, sus tías, sus vecinas, sus primos y sus abuelos. ¿Por qué haría algo malo? ¿Acaso los malos pueden hacer algo bueno? Entonces concluyó, que si él robaba tendría que ser una buena acción.
Hasta que a sus 7 años, en el día tan especial de comprar útiles para el primer día de clases, tuvo la gran oportunidad de llevarse la mochila de su héroe máximo. Camino a la caja, cuando con toda su creatividad infantil se imaginó ser su ídolo; también pasó por su mente estrenar sus poderes mágicos y cargar en el bolsillo más grande toda su fantasía.
Y así fue, como más de 5 kilos de productos azucarados y bien empaquetados fueron a dar en el interior de su nueva cartera escolar. Nadie le pilló, no hubo castigos y estaba seguro de haber hecho su mejor acción. Su ser desparramaba orgullo. Tanto como el pequeño venezolano Huguito hace unos días. Este año, con sus nuevos juguetes de guerra va a llenar el mueble de la pieza de juegos, y sus amiguitos van a tener más con que divertirse.
Si estaba mi abuela diría: “mañamina un poco este mono con navaja” (mirá un chiqui este chimpancés con cuchillo). Pero lastimosamente, una vez más tendría que estar en desacuerdo con ella, y terminaríamos discutiendo. Es que este niño grande no creo que pertenezca a la familia de simios, es demasiado humano ya. Si se trataba de un animal, no necesitaría tanta pólvora para distraerse. Seguro que su socio, el canoso buena onda que anda en moto, ya está juntando todos los fosforitos y cebollones que sobraron de la navidad asuncena para demostrarle lo bien que sigue sus pasos, y que él tranquilamente, puede ser también el líder de la pandilla. Los que creen en las predicciones de Nostradamus, en este momento han de estar rezando. La famosa tercera guerra mundial seguro está tan cerca para ellos, como cualquier mini carga. Por eso, acá en la naada, preferimos pensar en otro futuro. No pegaría que sea cierto, y que vengan a vivir acá todos estos chicos maleducados. Luego de un sorteo filosófico nos quedamos con la opción de que ya fuimos todos acabados y sólo somos ánimas dando vueltas, sin saber a dónde ir. Algún agujero negro vamos a encontrar y podremos habitar el centro de la tierra para desde ahí, poder jugar descalzos sobre el núcleo. Tal vez el azar, más tarde nos diga otra cosa.

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