El dueño del circo también baila.

Para su cumpleañitos número 59 se puso toda la ropa nueva que le regalaron: desde el anatómico, obsequio de su tía que vino desde Carmen del Paraná, hasta la boina que le trajo una de sus amigas, recién llegada de Inglaterra. Estaba impecable y muy ansioso. Ya quería que lleguen todos sus invitados para que comience la fiesta.


Un día antes del festejo, recorrió todos los cotillones en busca de los cuernitos para las diablitas y el vaso luminoso con hielo de colores. Para su suerte, en uno de los locales, sin imaginarse nunca antes, encontró una copa floreada que desde su interior emitía rayos X y blanqueaba los dientes de cada bebedor. ¡Qué feliz estarían todos! Así, ya se estaba ahorrando la sorpresita; ¿que más podrían pedir aparte de volver a sus casas con los dientes blancos? Muy orgulloso, caminaba de vuelta a su auto y repasaba en su mente lo fantástico que será su agasajo. “Jamás me iba a imaginar que al estar más cerca de los 60, regalaría una sonrisa tan brillante a mis amigos. Esto que estoy haciendo es algo original, totalmente ornamental y muy funcional. Creo que todo coincide con mis atributos”. Seguía caminando y no podía dejar de pensar en lo hermoso que representaba para él, ser él mismo.


Luego de unas cuadras se dio cuenta que no recordaba donde había estacionado, ni con que marca de vehículo salió ese día. Podría haber llegado hasta ahí con su moto también…¿o era ese su día de caminata? No tenía tampoco su agenda a mano. Empezó a desesperarse. El ego que fue acumulando desde la salida del local hasta esa calle, desapareció y dio lugar a una tremenda confusión y principios de hipocondría. Ya casi se convencía que acercarse a la sexta década daba Parkinson. “Hoy tengo más canas que ayer y la mano me pica mucho, seguro que enseguida voy a empezar a temblar y las copas se me van a caer. ¡Las copas, cieeeeerto, me estaba olvidando! Ayyyyyyy ya les veo a todos comentando esta innovación, mi buen gusto. Seguro que me cantan 2 veces. Después me van a pedir que muerda la torta, sí o sí. Ayyyyy, me adoran ningó todos.” Se repuso, y ya que recordó lo mucho que le estiman; llamó a uno de sus amigos para pedirle que le busque. Con toda su gran admiración y respeto, el hombre, aceptó la petición, y en honor a su aniversario llegaría hasta él en tiempo record. De esta forma, le demostraría una vez más todo lo que era capaz de hacer.


Ocho agentes de tránsito dejaron sus máquinas de escribir, salieron a las calles y desviaron el tránsito. Varias arterias quedaron liberadas y desde el cielo, luego de 3,5 minutos de la llamada, bajaba “el kuate del momento” en el helicóptero verde. En su mano llevaba Champagne y dos copas. El ya casi cumpleañero, corría hasta él con los brazos abiertos, feliz de tener allegados de este tipo con quien compartir las locas ocurrencias del poder. Cuando ya estaba muy cerca, se detuvo repentinamente. Miró fijamente los cristales también floreados y vio que eran iguales a los que acababa de comprar. Estaba muy molesto. Se engañó a sí mismo. No era tan original como pensaba. “¿Por qué lo que este tipo siempre quiere ser mejor que yo? Se adelanta gua`u a todas las cosas. Las veces que le pido la mano, me pasa su codo. No le voy a invitar a mi fiestita, y las veces que necesite algo: me voy a hacer del ñembotavy. Ahora va a tener que solucionarme la novedad de la noche.”


Y fue así como en otro pestañeo llegaron al aeropuerto, subieron al avión y volaron hasta Filipinas por unas cajas de tragos exóticos y vasos de terciopelo, que con cada sorbo reponía la calvicie. Su cumpleaños, definitivamente va a ser el más comentado del año entre todos sus colegas.

La lluvia nos pone cursi. A los animales también.

Su mirada encandilaba de tanta emoción y la sonrisa se le pintaba de lado a lado sobre su cara. Por segundos tenía la expresión de un niño extremadamente entusiasmado, lleno de energía y felicidad. Se sentía tan seguro como blancanieves junto a los 7 enanos. Estaba convencido de que fue parido para eso, y no deseaba para nada que ese momento acabe. Pero a pesar de parecer por instantes un pequeño de 10 años, ya tenía algunas décadas encima; y pronto ya no le “daría más el cuero”. Ella se preparaba para reparar ese cansancio. El empezaba a marearse y su sudor se hacía frío. Podría ser la excitación, tal vez tanta alegría realmente no hace tan bien, pensaba. Le costaba aceptar ese desgaste y desde lo más profundo de su cuerpo, sus órganos pedían desesperados más aire y una pausa. Insaciable como siempre. Comprometido a todos los placeres, decidió ignorar su organicidad y continuar. Su cuerpo, finalmente, pudo comprender quien es el que manda. Había superado ese gran límite, ya nada le atajaba. El solo podía ser feliz. Sin nadie más.
Ella esperaba. ¿Cómo no esperaría? Seguía esperando. Podía esperar aún más. Y se cansó de tanta espera. Mientras eso, todas sus esperanzas se escaparon con cada suspiro de ansiedad. Ya está cerca el invierno. Los deslices del verano deberían terminar ahora, pensó. Cansada de ese romanticismo tan femenino y absurdo pudo darse cuenta que todo se trataba de una idealización, y que ese que estaba en frente, tan cerca pero lejos se trataba de “un boludo más”.
Esta no era la primera vez que miraba más allá de sus hormonas. Desde su primera decepción estuvo segura que eso le iba a suceder nuevamente, así que no le sorprendería que mañana, después de éste, aparezca “otro infeliz” que le robe algunos besos, así como el sueño.
Aceptaba totalmente su debilidad, convencida de que tarde o temprano la razón le llegaría, siempre. Esta vez se hizo esperar, pero no llegó tarde. Creía que por fin estaba consciente. Ahora sólo quería ese famoso beso de despedida. Pronto su mente totalmente contradicha recordó esa vez que él tenía mal aliento. Para su fortuna, su mecanismo de defensa emocional había activado el asco para reemplazar “eso que ella creía amor”. Y así fue como dejó fluir sus recuerdos sensoriales. Quiso convencerse de que en serio estaba por vomitar, pero con cada repaso deseaba más y más olerle, a pesar de todo, por última vez.
Su olfato estaba perfectamente encendido. Mientras él seguía totalmente en otra, ella encontraba cada vez más excusas para sufrir su indiferencia y seguía divagándose con la nostalgia. A través de la reminiscencia de sus aromas corporales se trasladaba a esos momentos preferidos, que guardaba muy bien en su cabeza. Hasta que su nariz envió una señal extraña. Era una nueva fragancia. Diferente y agradable. Si, muy cerca estaba había sido el “otro infeliz”. Alguien a quien nunca había visto, pero todo su instinto reconocía.
De lejos se podía ver como su gran rabo bailaba de aquí para allá. Estaba presta para un nuevo cruce. El frío también me vuelve loca, reflexionó. La temporada otoño-invierno de apareamiento se habilita para que nuevos cachorros lleguen, o para que simplemente uno pueda pasarla bien.
Sin perder más tiempo bajó el mentón y decididamente clavó su mirada en la bragueta de aquel distraído muchacho, que hasta no sentir una mano rozándole la parte central de su pelvis, no se daría cuenta que alguien estaba interesada en el. Sin poder reaccionar tanto, ni pensar mucho; ya sólo sintió como toda su circulación se hacía más fuerte, y como poco a poco se congestionaban cada vez más los vasos sanguíneos de su zona. El receptáculo abierto y lubricado esperaba ansioso, con cada roce, el momento de ese gran orgasmo, que pondría punto final a todas sus desventuras amorosas de la pasada estación.
Se preguntó si esto podría ser un sueño, o si la vida se resumía en aquel segundo que de su interior explotaría el placer, o esa energía que le hacía sentir que su propio yo se desbordaba por sus partes. No le importó y se entregó sin más. Olvidándose del tiempo y el espacio. Y cuando 10 segundos más tarde quiso averiguar si era amor, éste ya andaba dando vueltas con otro par de canes.