La lluvia nos pone cursi. A los animales también.

Su mirada encandilaba de tanta emoción y la sonrisa se le pintaba de lado a lado sobre su cara. Por segundos tenía la expresión de un niño extremadamente entusiasmado, lleno de energía y felicidad. Se sentía tan seguro como blancanieves junto a los 7 enanos. Estaba convencido de que fue parido para eso, y no deseaba para nada que ese momento acabe. Pero a pesar de parecer por instantes un pequeño de 10 años, ya tenía algunas décadas encima; y pronto ya no le “daría más el cuero”. Ella se preparaba para reparar ese cansancio. El empezaba a marearse y su sudor se hacía frío. Podría ser la excitación, tal vez tanta alegría realmente no hace tan bien, pensaba. Le costaba aceptar ese desgaste y desde lo más profundo de su cuerpo, sus órganos pedían desesperados más aire y una pausa. Insaciable como siempre. Comprometido a todos los placeres, decidió ignorar su organicidad y continuar. Su cuerpo, finalmente, pudo comprender quien es el que manda. Había superado ese gran límite, ya nada le atajaba. El solo podía ser feliz. Sin nadie más.
Ella esperaba. ¿Cómo no esperaría? Seguía esperando. Podía esperar aún más. Y se cansó de tanta espera. Mientras eso, todas sus esperanzas se escaparon con cada suspiro de ansiedad. Ya está cerca el invierno. Los deslices del verano deberían terminar ahora, pensó. Cansada de ese romanticismo tan femenino y absurdo pudo darse cuenta que todo se trataba de una idealización, y que ese que estaba en frente, tan cerca pero lejos se trataba de “un boludo más”.
Esta no era la primera vez que miraba más allá de sus hormonas. Desde su primera decepción estuvo segura que eso le iba a suceder nuevamente, así que no le sorprendería que mañana, después de éste, aparezca “otro infeliz” que le robe algunos besos, así como el sueño.
Aceptaba totalmente su debilidad, convencida de que tarde o temprano la razón le llegaría, siempre. Esta vez se hizo esperar, pero no llegó tarde. Creía que por fin estaba consciente. Ahora sólo quería ese famoso beso de despedida. Pronto su mente totalmente contradicha recordó esa vez que él tenía mal aliento. Para su fortuna, su mecanismo de defensa emocional había activado el asco para reemplazar “eso que ella creía amor”. Y así fue como dejó fluir sus recuerdos sensoriales. Quiso convencerse de que en serio estaba por vomitar, pero con cada repaso deseaba más y más olerle, a pesar de todo, por última vez.
Su olfato estaba perfectamente encendido. Mientras él seguía totalmente en otra, ella encontraba cada vez más excusas para sufrir su indiferencia y seguía divagándose con la nostalgia. A través de la reminiscencia de sus aromas corporales se trasladaba a esos momentos preferidos, que guardaba muy bien en su cabeza. Hasta que su nariz envió una señal extraña. Era una nueva fragancia. Diferente y agradable. Si, muy cerca estaba había sido el “otro infeliz”. Alguien a quien nunca había visto, pero todo su instinto reconocía.
De lejos se podía ver como su gran rabo bailaba de aquí para allá. Estaba presta para un nuevo cruce. El frío también me vuelve loca, reflexionó. La temporada otoño-invierno de apareamiento se habilita para que nuevos cachorros lleguen, o para que simplemente uno pueda pasarla bien.
Sin perder más tiempo bajó el mentón y decididamente clavó su mirada en la bragueta de aquel distraído muchacho, que hasta no sentir una mano rozándole la parte central de su pelvis, no se daría cuenta que alguien estaba interesada en el. Sin poder reaccionar tanto, ni pensar mucho; ya sólo sintió como toda su circulación se hacía más fuerte, y como poco a poco se congestionaban cada vez más los vasos sanguíneos de su zona. El receptáculo abierto y lubricado esperaba ansioso, con cada roce, el momento de ese gran orgasmo, que pondría punto final a todas sus desventuras amorosas de la pasada estación.
Se preguntó si esto podría ser un sueño, o si la vida se resumía en aquel segundo que de su interior explotaría el placer, o esa energía que le hacía sentir que su propio yo se desbordaba por sus partes. No le importó y se entregó sin más. Olvidándose del tiempo y el espacio. Y cuando 10 segundos más tarde quiso averiguar si era amor, éste ya andaba dando vueltas con otro par de canes.

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